Íntimos amigos

lunes, 18 de octubre de 2010

Consultorio

Gozábamos ya de una semana en complacernos continuamente, de vivir una relación más que amical, de siete noches de haber conocido a través de nuestros cuerpos el encanto de la luna… aquella tarde se cancelaron unas horas de clases de tesis en la universidad, entonces aproveché para hacer unos papeleos en la facultad y hasta fui a la biblioteca a bajar información para mis trabajos, aun así era temprano como para esperar a la noche en tenerla conmigo, y decidí ir a verla a su consultorio… no puedo negar que me carcomía desde el fondo el deseo por ella y aseguro que lo mismo sentía ella atendiendo a sus pacientes por mí.

No la llame a su celular, quise caerle de sorpresa, me atendió su asistente, al parecer no tenía muchos pacientes esa tarde, era la primera vez que visitaba su centro de labores, y como no le avise pues tuve que esperar con una agradable paciencia sentado en el sofá de la sala de recepción leyendo revistas de nutrición, de medicina, de moda y de turismo, observaba el teléfono de la asistente, esperaba a que suene y me diga que pase, ya ni leía las revistas, tan solo de imagen a imagen las pasaba, y en eso el timbre del teléfono tintineaba, la puerta del consultorio se abría y una señora de la mano de una niña salían, una energía de adrenalina zumbaba en mi cuerpo con anticipación. Me puse de pie, caminé, me acerqué - Buenas tardes Doctora, ¿Cómo está usted? ¿Tendrá tiempo para atenderme? - le dije - me sonrió de esa manera sensual y picaresca que tiene y con que me pierde cada vez que lo hace, y me dijo que pase señalándome con su dedo índice, cerré la puerta, me acerque a ella y le bese a los labios calmándome la avidez que sentía, me senté enfrente del escritorio y compartíamos el ambiente lascivo que empezábamos a intuir, conversamos por un instante nuestro día, como nos había ido, que habíamos hecho, cuanto nos habíamos extrañado y como siempre yo de curioso revisaba disimuladamente su despacho de trabajo, como se dice examinando el terreno para actuar, a la vez viéndola fijamente a los ojos, viendo a esa mujer que me hace estremecer de amor y de placer, alzó entonces su mirada hacia la mía después de terminar de revisar sus papeles - ¿te gusta mi consultorio? - me pregunto - claro, tiene un ambiente agradable y a una nutrióloga inteligente y apetecedora - le respondí - carcajeó de esa manera que me gusta oírle, esa sonrisa que me hipnotiza, esos labios que bailan al reír.

¿Qué me podría recetar para mi nutrición, Doctora? - recalque
Tendría que revisarlo - me contesto – entonces se puso de pie, se me acerco, desabotonó parte de mi camisa y puso su estetoscopio sobre mi pecho - agitados esos latidos - me dijo sonriente.
Con sonrisa también le respondí - ¿Qué se podría hacer, Doctora? – agregué.
¿Para calmarlos o acelerarlos? – respondió.
Pues, ¿Usted qué opi
na?, acelérelos mejor - dije.

Entonces se sentó sobre mí besándome a los labios de manera extravagante, apretando los míos entre los de ella, nuestras lenguas frotándonos labio a labio e invadiendo boca ajena y abrazándonos, compartiendo el calor del momento. Termino de sacarme la camisa, me besaba al cuello, mis manos la palpaban con todo y ropa que tenía puesta, sus manos alrededor de mi espalda descubierta, frotándome los brazos, percibiendo el sudor del deseo que me brotaba, empecé entonces con la bata blanca, la puse de pie y la apoye sobre
el escritorio, besaba y besaba con deleite sus labios carnosos, su labial rojo era ya rosado, le saque la blusa, a través de su sujetador transparente sus senos instigaban a mi boca a saborearlos, no aguanté y se lo quité, a la vez que tiré de improviso lo que había en el centro del escritorio y la acosté, me abalance a chupárselos, sus manos acariciaban mis hombros y me daban señales de buen camino, sus pezones paraditos los estiraba con mis labios, mis dedos suavemente frotaban sus voluptuosos pechos bondadosos conmigo, el perfume de su piel me inquietaba más y más, entonces mis manos bajaban por su cintura, pasaban a la zona de sus caderas bien formadas como a todo varón nos gusta y empecé a subirle la falda, besándole alrededor del cuello, a la vez sobándole las piernas que se doblaban sobre las mías, su diminuta ropa interior enredaban mis dedos, bajando por su abdomen al ritmo que mi boca llevaba sobre ella, me iba inclinando, respirándola, mi aliento afrodisiaco soplaba y frenaba contra su cuerpo, sus suspiros de placer alimentaban mi antojo, mi lengua marchaba sobre su pelvis excitándola a intensidad profunda, mi mano a la sazón del momento haciendo a un lado su interior y mi lengua degustando de su gloria húmeda, sorbiéndole sus labios vaginales con los de mi boca y llegando a tantear su vibrante clítoris pues sentía el deleite de ella. Se puso de pie, mirándome tan solo unos segundos empezaba de nuevo a besarme los labios, sus manos inquietas del deseo y la pasión que hacíamos palpaban mi órgano sobre mi pantalón, me lo acariciaba e iba haciéndose de más bulto, en un segundo me bajó la bragueta, sus dedos invitaban a mi miembro a desplegarse, su aliento transitaba por mi cuello hacia una de mis orejas y me la apretaba entreboca suavemente, me desabrocho el cinturón, el pantalón hasta las rodillas, mi interior a un costado porque una de sus manos exploraba mi geografía masculina y la liberaba de todo, una vez más me beso a los labios y se dio vuelta de repente, sus manos sostenidas a las esquinas del cómplice escritorio, volví a levantarle la falda y a bajarle su diminuto interior, erecto puliéndome entre la línea de sus nalgas me ponía, respirándole y besándole la nuca, sus cabellos, ronroneándole al oído en cortas palabras el ardor que percibía, colocándola en un perfecto ángulo, mi dedo medio deslizándose por el centro de su sexo por su parte de atrás como preparando una pista donde aterrizar, donde descargar, mi pene a fuerza de sangre apasionada extendiéndose por cada vena lo enrojecían, penetrándola despacio a paso lento y con deseo, con ansias de ser un solo ser y dos agitados corazones - sigue, sigue, sigue - me decía - sí, sí, sí - le respondía, sus gemidos daban luz al orgasmo que vivía, lo prendidos que estábamos de nuestro momento de intimidad, descargaba dentro de ella toda mi lujuria enardeciente, esas cosquillitas que se siente al placer extremo que se vive un ansioso momento, empezaba a erguirse y a darse vuelta de nuevo, se sentó sobre el escritorio, abriendo sus piernas, besándome y sintiendo el virus del amor y del placer a todo furor, sus senos en mi pecho, sus pezones erectos me dejaban huella, no podía contenerme en lamerlos, sus manos acariciándome la espalda, deslizándose sobre ella, sus dedos desplazándose por en medio de mi columna, palpándome los glúteos, lo mismo hacia en los de ella, y abrazándola con fuerza, apegándola a mí, empezaba otra vez la agitación, sus piernas acomodadas a mis muslos entrelazadas una de otra por mi trasero, la arremetía con ímpetu follándola precipitadamente, sin más ni más, de manera tan férrea que ni la dejaba respirar, me cogía por mis hombros en mi espalda sujetándome y llevando ambos el equilibrio, lo hicimos a mil, con las ganas que nos teníamos, culminábamos nuestra satisfacción, se recostaba en el adecuado y moderno escritorio, saciaba por completo sobre sus pechos, me abrazaba la parte posterior de mi cabeza, empezamos a reír con sensación de complacencia, y es que me agrada verla sonreír.

Perfecta para mi nutrición, Doctora - le dije - volvíamos a carcajear, nos vestíamos, eran ya casi las siete de la noche – me vacilo tu consultorio - agregué.

Entonces ya sé la dieta
correcta para ti - me dijo - a la vez que abría la puerta y salíamos cogidos de la mano, la secretaria de una manera pillina sonreía al despedirnos, le respondimos con la misma sonrisa, creo que sospechaba lo que hicimos - hasta mañana le dijo ella - y en la calle nos acordamos de algo, no acomodamos nada en el escritorio, todo lo dejamos regado… tal vez se daría cuenta tal vez… y fuimos a cenar aquella noche…

martes, 21 de septiembre de 2010

Conociéndonos

Teníamos ya tiempo de haber cruzado algunas palabras, de haber tenido una que otra charla, estos días conversábamos y nos conocíamos más, así que una noche de esas nos quedamos más tiempo que de costumbre a las anteriores, compartiendo nuestras anécdotas, nuestras vivencias, como nos iba, le contaba lo mío, me detallaba lo de ella, compartíamos sonrisas y tristezas, y de pronto sus ojos, su mirada empezaba a decirme más de lo que me hablaba, al parecer ambos lo sentíamos pues sino no hubiese pasado, vivíamos el ambiente fresco de la sala, era un sofá largo, cada uno de un extremo y llego el instante en que el silencio invadió el momento y empezamos a conversar con los ojos y sonrisas, cruzo de piernas y dio paso a mis ansias por ella, daleándose a mi extremo, extendí mi brazo, toque su hombro y roce sus cabellos, ella bebía del poco vino que le quedaba en su copa y le pregunte si se le antojaba más, me respondió solo con su sonrisa picaresca y llamativa que me fascina, cogí su copa y a la vez su mano y nos la enredamos entre dedos, ambos dejamos ese cáliz sobre la pequeña mesa y sin tiempo que mencionar nuestros labios se saboreaban pues desde el pensamiento, desde esa contemplación se deseaban, nos sujetábamos fuerte de las manos, su lengua en la mía se deslizaba como esos besos franceses que me comentaba, las palabras estaban demás en ese instante, me abrazo de los hombros y se dejo caer sobre mí lentamente, rozaban sus labios sobre mi cuello, me agradaba el perfume de sus cabellos, mientras mis manos se encargaban de dejarla como mi cuerpo la pedía y las suyas hacían su tarea sobre mi pantalón, y ya me sentía.

Ella aun sobre mí, su piel sobre la mía y sintiendo como sus poros se clavaban sobre los míos, se oía nada más que nuestros suspiros y se sentía nada más que de nuestros corazones los latidos, mi pecho tentaleando sus erectos pezones y no me pude detener, la sujeté, la volteé, y mi boca se abalanzaba sobre ellos, presionándolos con suavidad entre mis labios, lamiéndolos con pasión y sintiendo esa agradable agitación, una de mis manos la acariciaba de arriba abajo y la otra sobre sus mejillas y mi dedo índice haciendo círculos alrededor de su boca y sentía su lengua, saboreándola deslizaba mi boca sobre su abdomen, mis labios conocían y dejaban huella sobre su ombligo beso a beso, cruzaba su pelvis y la sangre me estremecía pues sentía que me corría a mayor fuerza, sus manos sobre mi cabeza me empujaban hacia la glorieta húmeda de su cuerpo y mi lengua iba a ese encuentro girando en forma de cono, succionando la pasión que le brotaba y la punta de mi lengua de arriba abajo y de abajo a arriba degustándola a fondo y percibiendo el matiz bermejo que mostraba, la noche estaba de nuestra parte y la luz de la luna contemplaba las siluetas de nuestros cuerpos a través del vidrio de la ventana.

Daleamos del cómodo sofá y yacíamos sobre la alfombra algodonada, acariciándonos de lado a lado, siguiendo las líneas de la excitación de nuestra noche, ella sobre mí, besándonos con delirio a paso lento y olvidándonos del mundo, sus manos jugando en mi sexo y ya me consentía plácidamente y las mías caminando el sendero de su espalda y entre sus nalgas ancladas. Sobándonos con deleite y respondiéndonos gemido a gemido que rebasaban todas las fronteras, entregándonos a nuestro momento, complementándonos e iniciando nuestro encanto y ahogábamos el placer con nuestra fusión cuerpo a cuerpo, me hechizaba, se daleaba, la penetraba a profundidad, sentía cautivado mi glande a venas revueltas en ella eyacular el deseo, el placer, la intensidad, el amor, la tentación, a toda costa solo ella me hacia vivir esa excitación… fue una noche que nos poseímos a nuestro antojo y a nuestro capricho, saciándonos las ansias a mil… hasta la mañana siguiente que nos despertó la luminosidad del sol y empezábamos una nueva etapa …
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